GINEBRA - Con motivo del centenario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Better Work (BW) ha estado indagando en los archivos del organismo para mostrar cómo ha evolucionado la industria de la confección a lo largo de las décadas, desde sus orígenes hasta los obstáculos que ha superado y los avances que sigue realizando en la actualidad.
Muchas de las realidades actuales del sector ya fueron objeto de debate en la Reunión Técnica Tripartita de la OIT para la Industria del Vestido celebrada en 1964, en la que las partes interesadas de varios países se reunieron para debatir las cuestiones más acuciantes de la época.
Por aquel entonces, los temas del orden del día incluían el declive del liderazgo productivo en los países occidentales, la aceleración de los avances tecnológicos y la aparición de nuevos centros de fabricación en los países en desarrollo.
El extenso sector mundial de la confección de 2019 es un fenómeno relativamente reciente. Una mirada a su historia revela una evolución compleja que, tarde o temprano, empezó a afectar a casi todos los países del mundo.
La industria de la confección, a diferencia del sector textil, era relativamente pequeña y poco importante en sus inicios, hace unos tres siglos. Sin embargo, un nuevo invento de vanguardia transformó este panorama. Irrumpió en escena la máquina de coser, que cambió la forma de confeccionar la ropa.
Siguió la aparición de la ropa barata, lista para usar, un concepto totalmente nuevo a mediados del siglo XIX. Mientras tanto, las condiciones socioeconómicas en Occidente hicieron que amplios sectores de la población pudieran permitirse no solo prendas de vestir esenciales, sino también accesorios y mucho más.
Moda rápida y evolución de las tendencias
Hace cien años, Norteamérica y Europa representaban alrededor del 85% de la producción mundial de ropa. Japón era el principal fabricante de Asia, con unas 77.000 máquinas de coser en sus fábricas de prendas confeccionadas.
La mano de obra de la industria mundial ascendió a seis millones en los años sesenta, concentrada sobre todo en Europa y Norteamérica. En la actualidad, esa cifra supera los 60 millones y se concentra principalmente en Asia.
India, actualmente uno de los mayores centros mundiales de fabricación y exportación, emplea a 12,9 millones de personas en fábricas formales. En 1961, esa cifra era de unas 180 fábricas y unos 16.000 trabajadores.
China y Bangladesh son ahora el primer y segundo fabricante de ropa del mundo, y otros pesos pesados de la producción -antes inexistentes- como Indonesia, Vietnam y Camboya tienen una gran presencia.
En la década de 1960 se produjo un gran cambio, cuando se hizo evidente la importancia de ampliar el comercio internacional para los países en desarrollo, ya que muchas de las naciones que antes compraban su ropa de confección a Occidente o fabricaban sólo para clientes nacionales empezaron a entrar en la escena mundial como exportadores. Los bajos salarios de los empleados de estos países ofrecían importantes ventajas en los costes de producción.
Durante la conferencia de 1964, los delegados de la OIT en Ginebra pronosticaron que, aunque el volumen de las exportaciones de los países en desarrollo era aún pequeño, aumentaría sustancialmente en los años venideros.
La industria actual cumple esas predicciones. La presencia de mujeres trabajadoras -que han dominado el sector en todo momento- también ha cambiado con los años.
En la época de la Reunión Tripartita de la OIT, la proporción de trabajadoras se situaba entre el 20% y el 40% en Europa y Norteamérica. Mientras tanto, la proporción de trabajadores y trabajadoras se invertía en África y Asia, ya que los hombres eran contratados por razones económicas y sociales. En 1961, constituían el 95% de la mano de obra en la India.
A mediadosdel siglo XX, las fábricas empezaron a superar sus tradicionales pequeñas dimensiones y adoptaron líneas de producción mecanizadas. Las prendas se transportaban en cintas transportadoras y su montaje se dividía en operaciones cortas, cada una de las cuales requería el mismo tiempo de trabajo. Una prenda podía entrar y salir de la cadena de producción en un solo día, un avance tecnológico que demostró ser progresivo más allá de todos los indicadores.
En ese momento, las mejoras técnicas y la automatización empezaron a plantear un dilema a la OIT y sus socios, que empezaron a plantearse cómo podría ser la industria en el futuro.
La Organización vio que cada innovación, unida a los nuevos métodos de trabajo, repercutía en la mano de obra. El traslado de algunos trabajadores a otros puestos y, en algunos casos, su despido, serían inevitables.
A medida que se hizo evidente que la automatización seguiría encontrando aplicaciones más amplias en la industria de la confección, surgieron preguntas adicionales sobre hasta dónde llegaría esta expansión.
Aquí es donde la OIT y BW están invirtiendo: en formar a la mano de obra para que siga el ritmo de las nuevas tecnologías, al tiempo que se mejoran constantemente las condiciones de todos los empleados en un comercio en constante movimiento.